jueves, 15 de enero de 2009

La curiosidad

Caminó sola hasta donde estaba la luz. Despacio, muy despacio. Llegó hasta ahí silenciosa, tranquila, a pasos pequeños. La idea era no hacer ruido, no llamar la atención. Sabía que si era descubierta, el plan caería a pedazos.
No se detuvo, miraba hacia los costados en alerta y avanzaba de a poco. Cada vez estaba más cerca. Muy cerca. Escuchaba atenta los ruidos del lugar, esperaba oír algo distinto, algo ajeno. Y nada. Sólo escuchaba sus pasos sigilozos, cautos. Algo le había llamado la atención de esa luz. Algo no estaba en su lugar.
Llegó hasta allí y miró hacia arriba. El rayo extraño provenía desde lo alto. Muy alto. Para tan pequeña estatura, era un acto imposible, una posibilidad extrema. Nada podía hacer para alcanzarlo. Veía sombras pero nada podía distinguir. Miró hacia los costados, pero nada que la ayudara se encontraba ahí. No había forma de llegar, no había forma de descubrir lo que tanto la había distraído, lo que tanto había llamado su atención.
Y fue ahí cuando se dio cuenta que para ser curiosa, hay que tener con qué.

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